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Noticias de la Península Americana de California

-XII-

Agradezco a mi único lector, el que me dispense unos minutos de su precioso tiempo, en estos temas que esporádicamente trato en estos artículos que intentan motivar la reflexión y el análisis, la mayoría de ellos relativos a nuestra tierra entrañable. Ese único lector, hace unos días, me lo encontré en el Palacio Municipal de San José del Cabo y me espetó: «Valentín, todas tus columnas las leo con mucho interés, pero quiero hacerte una observación». Casi en guardia lo escuché decirme: «No las hagas tan largas, la gente ya no lee, prácticamente mira mensajes cortos y a ellos les pone atención». Le contesté: «Mira buen amigo, quien me quiera leer, me va a leer (Oh, verdad de Perogrullo) y además, no porque la moda, la tendencia, la «modernidad» sea lo rápido y visual, estamos en lo correcto, cuando hoy más que nunca estamos viviendo la era de la información, y también hoy como nunca podemos hacernos escuchar, dar a conocer nuestro pensamiento, infinitamente, con una rapidez asombrosa.» En fin…..
El subtítulo corresponde al libro publicado 1772 por el jesuita de origen alemán Juan Jacobo Baegert, quien fundó la misión de San Luis Gonzaga, localizada en el municipio de Comondú, quien consigna la experiencia de haber vivido en una de las zonas poblada de rancherías guaycuras más difíciles de nuestra media península, por los años 1751 a 1768, donde expone un profundo conocimiento de las características físicas, costumbres, medio geográfico, y aspectos que nos hacen, a casi doscientos cincuenta años de escrito, señalarlo como un texto sumamente interesante sobre el pasado indígena de la California mexicana, no exento de polémica y desencuentros.
Hay un extraordinario material que comentar, pero me limitaré a dos aspectos: un poco sobre el título del libro y otro poco sobre las circunstancias del medio ambiente y la libertad de los antiguos californios, señalados en él.
Sobre el primero de ellos. No tiene porqué olvidársenos: Somos la California original, nacimos con nuestro país, desde la época colonial. No es casual que en 1772 año en que escribió su libro Juan Jacobo Baegert, éste lo haya titulado «Noticias de la Península Americana de California», mucho antes de que en 1848, con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, las ricas y extensas tierras de la antigua California fueran cedidas, gracias al marco «de amistad y entendimiento» entre México y los Estados Unidos, después de concluida la guerra intervencionista mediante la cual perdimos los más inmensos y ricos territorios del norte mexicano. En fin, una herida que no sana, para los que aún pensamos en el nacionalismo, la soberanía, la independencia, la dignidad, el patriotismo. Y lo peor, nos quitaron la tierra con todo lo que implica, y ahora hasta van por el nombre. «California», en la moda, en el argot de los negocios, en las peroratas de quienes han llegado a Baja California (norte o sur), solo es la norteamericana, porque para estos individuos, tal vez ignorantes o malintencionados o simplemente ingenuos, California es la región de la cual fuimos despojados, y la California mexicana, como la intitula don Miguel León Portilla, no existe, porque también se la han llevado, o la quieren quitar de nuestras conciencias (histórica y presente), no obstante que hay dos entidades, de esta península, que son Baja California (norte) y Baja California Sur. En los Estados Unidos, la publicidad sobre la «BAJA», es tan abundante como distorsionadora de una realidad a más no poder.
Pero también dirán luego: hay cosas que nos están pasando que son mucho más graves, y poco es lo que se hace, desde las instituciones o la sociedad civil. Ciertamente, pero por lo menos, vale la pena señalarlas, vale la pena exponerlas, vale la pena defender lo nuestro, contra todo lo que pudiera resultar, porque lo otro es un oprobio, es indigno. No solo es lamentable sino ofensivo, que independientemente de que hay una Ley que sanciona el colocar el nombre incompleto de Baja California Sur a negocios o denominaciones de lugares, y hasta referirse a nuestra entidad con el término «BAJA», de la cual nos ocuparemos en la próxima entrega, sean propios servidores públicos de primer nivel, de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial del Estado, hasta los ayuntamientos, inclusive dizque profesionistas diversos y maestros, quienes mutilan el nombre de la entidad en sus discursos oficiales, sus intervenciones públicas y desde luego, en sus comentarios de café, para señalar al estado como «BAJA». Si nos arrebataron la tierra, ¿ahora porqué no el nombre?. Va a seguir sucediendo, como siempre pasa: ¡no pasa nada!
Hay que recordar que respecto al libro de Baegert, nuestro más célebre historiador don Pablo L. Martínez se refirió a él, como un libro negro sobre la Baja California, porque ciertamente el jesuita alemán hizo juicios severos sobre nuestros indígenas y nuestra tierra, que lastiman aún en estos años, pero que como lo explica el antropólogo Paul Krichhoff, en la introducción al texto escrita en marzo de 1942, es también reconocido en investigaciones por su «realismo y pesimismo», con que fue escrito y que permite conocer con veracidad la descripción de la tierra, sus habitantes y la conversión al cristianismo.
Baegert, a mediados del libro, refiere algunos aspectos sobre los guaycuras que le tocó evangelizar en su misión de San Luis Gonzaga, costumbres muy arraigadas acerca de su libertad, pues ejercieron resistencias férreas para dejarse controlar en las misiones: libertad en su vestido, libertad para procurar sus alimentos basados en su nomadismo, como cazadores, pescadores o recolectores; libertad, porque sin conocer la propiedad, no sufrieron sus ataduras, pero sí el despojo de sus territorios. Para los que gustan de la ecología, el siguiente pasaje, bien constituye elogios del padre Baegert, respecto de sus indios: «Los bienes inmuebles de los californios no son otros que las duras rocas, los cerros pelones, y la tierra arenosa y árida; los bienes muebles son los montones de piedra, los zarzales y todo lo que anda o se arrastra sobre y debajo de la tierra. Sus enseres de casa, si he de llamarlos así, son arcos y flechas; una piedra en lugar del cuchillo, un hueso o madero puntiagudo para sacar raíces; una concha de tortuga que hace las veces de canasta y de cuna; una tripa larga o vejiga para acarrear agua o llevarla durante el camino, y, finalmente, si la suerte ha sido benigna, un pedazo de tela tan rala como red de pescador y hecha de la fibra de maguey mencionada, o un cuero de gato montés para guardar o cargar provisiones, los huaraches o cualesquier andrajos viejos y asquerosos».
Pero lo que sigue es lo que nos importa del juicio de Baegert: «En todo esto consisten los tesoros y riquezas de los californios, con los que pasan los días de su vida en perfecta salud, y con más grande sosiego, tranquilidad y buen humor, que miles y miles de hombres en Europa que nunca ven el fin de sus riquezas y que apenas pueden con las cuentas de sus monedas antiguas y modernas. Es muy cierto que California tiene sus espinas, pero estas no molestan ni lastiman con tanta frecuencia, ni tan hondamente los pies de los californios, como aquellas otras que se guardan en los cofres de Europa y que desgarran los corazones de sus dueños, por medio de punzantes congojas, conforme a lo que está escrito en San Lucas 8, 14; sin tomar en cuenta las muchas heridas mortales que asestan por medio de los abusos que se cometen con ellas.»
De ahí que no obstante el «pesimismo y el realismo» con que Baegert escribió su libro hace casi un cuarto de milenio, pudo sacar sabias enseñanzas y dejarlas a la posteridad, para quien quiera regocijarse en ellas.
#Sus comentarios y sugerencias las recibo en mis correo: civitascalifornio@gmail.com; y valentincastro58@hotmail.com

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