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La maestra «Quichu» Isáis

Pianista sudcaliforniana, leyenda viviente.
Era el 14 de diciembre de 2009. La Catedral de Nuestra Señora del Pilar de La Paz «Airapí», en nuestra ciudad capital, abría las puertas a un evento irrepetible: al Concierto de Gala por Navidades , intitulado «Alegría del Mundo», donde músicos y cantantes europeos llegaron para encabezar un maravilloso homenaje a la amiga y mentora de cientos de paceños, Jesús Leonor Isáis Verdugo, conocida cariñosamente como «Quichu». Invitados por la maestra, en un lleno total que desbordaba los espacios, el sagrado recinto se percibía como el Renacimiento Italiano. Volteábamos hacia la cúpula y las notas musicales parecían dibujar ángeles celestiales.
Es díficil que los amantes de la música, especialmente del piano, no conozcan a la maestra «Quichu», concertista internacional y compositora. En mi familia la comenzamos a tratar más o menos en el año 2007, cuando mis hijos María José y Valentín «Chomy», de 7 y 5 años respectivamente, quisieron tomar clases de piano, estimulados por un viejo piano que mandé restaurar, porque aunque no sé nada de música y menos de piano, me encantan sus notas musicales y me provoca una gran admiración el talento de quienes, como la maestra «Quichu», tocan magistralmente este complejo instrumento musical.
MAESTRA QUICHU
La maestra tuvo su Centro de Formación Musical «Profesor Luis Peláez Manríquez» en una antigua casona de su propiedad en las calles de Belisario Domínguez entre 5 de Mayo y Constitución. Ahí acompañada de su hija Laura, también pianista por vocación y Química en Alimentos por profesión, junto con la maestra Guadalupe «Yori» Castro Carrillo, hija del ilustre profesor de origen cabeño Jesús Castro Agúndez, atendían a niños y jóvenes.
FAMILIA CON MAESTRA QUICHU
Ahí, a su escuela, fuimos con nuestros pequeños hijos mi esposa Cristina y yo. Llegamos atraídos por el carisma, la fama y el talento, de esta gran sudcaliforniana y la esperanza de ver a nuestros hijos ejecutando partituras en nuestro vetusto piano. Unas horas después, salimos de ahí mayormente admirados por su sencillez y filantropía, cuando después de platicarle nuestras intenciones y narrar algunas circunstancias de mi vida política y mi situación laboral, vetado por mi oposición al gobierno perredista de esos años, la maestra con voz firme e imperativa nos dijo: «Ustedes traigan a sus pequeños; lo económico, después lo arreglamos». Nunca le pagamos y jamás le pagaremos. Así fue como nuestros hijos estuvieron varios años de la mano de la maestra Quichu, hasta llegar a participar en las clausuras y conciertos del Centro de Formación Musical, dirigidos por esta singular mujer paceña, que decidida e impelida por el sacerdote comboniano Dante Bronzato se fue a Europa a estudiar piano en un parteaguas de su vida como madre de familia y como artista en una etapa que le cincelaría su carácter y le demostraría a sí misma y a su generación de lo qué está hecha.
Tenía poco más de 40 años de edad, cuando llegó a Alemania, precisamente el día 15 de agosto de 1981, en el preciso Día de la Virgen María, de la que como ferviente católica, es fiel seguidora. Se había ido, recomendada por el sacerdote italiano Dante Bronzato, pero sin avisarles a los padres combonianos, el día en que llegaría. Estuvo en la ciudad de Düsseldorf dos días esperando ver a los sacerdotes que pensó encontrar fácilmente, pero ellos no estaban porque se habían ido en misión a África. Una llamada a Milán, Italia, con otro sacerdote comboniano, la sacó de dudas: tendría que ir a Viena, capital de Austria, donde se encontraban -encuentran- las mejores escuelas de piano. Toma rumbo a Viena, y cuando llega, encuentra las escuelas cerradas y tuvo que esperar. Así empezó su odisea y en unos meses más su preparación comenzó, continuando una vieja tradición familiar de sus padres Margarita Enriqueta Verdugo Talamantes y Justino Isáis Marcq, ambos pianistas: su madre, igual que sus ocho hermanas, originaria del mineral de «El Triunfo», B. C. S., que a sus noventa años aprendió el idioma alemán y murió de ciento cuatro años de edad; su padre, paceño y su madre mexicana, hija de un francés, muy apasionados al piano, pues este instrumento era distinción y tradición de las viejas familias paceñas, especialmente las del primer cuadro de la ciudad.
La maestra Quichu recuerda cómo de niña, cuando debían de ir a dar las «Buenas noches» a sus abuelos, para irse a dormir, escuchaba el «concierto nocturno», de cerca de 30 pianos en sendas casas, en el recorrido cotidiano que hacían tan solo de donde ella vivía, en lo que ahora está el edificio de correos, por la calle Constitución y Revolución, al inamovible edificio de la Logia Masónica, ubicado en la calle Independencia entre Revolución y Aquiles Serdán, a un costado de Catedral, incluyendo la calle Belisario Domínguez y la Reforma; es decir, en unas cuantas cuadras.
Una tradición de las familias paceñas de antaño que se resiste a morir; tradición impulsada por la maestra Quichu y su familia, y su prestigio alimentado con mayor entusiasmo y con la escuela austriaca que trajo de Europa, cuando en 1996 regresó a su amada ciudad de La Paz, para quedarse. Dos de sus maestras, son para ella, inolvidables: María Regina Seidhoffer y Carmen Graff.
Si de hablar de la música de piano se trata, la maestra Quichu es referencia obligada. Y por poco se cumple la sentencia bíblica: «Nadie es profeta en su tierra». Gente noble y sencilla, personas de talento, a los que por no ser extranjeros, por no «llenarse de caldo flaco», porque no son vanidosos ni ególatras, ni presumidos, ni altaneros, como que el reconocimiento desde las instituciones ad hoc no se les da oportunamente, y solo se hace hasta después de su muerte; y no se seguro que suceda. Así pasó con Julián Carrillo, indígena oaxaqueño, con quien su tía Leonor, la más destacada de las hermanas de su madre, se fue a estudiar a México, hace varias décadas. Este prodigioso músico es inventor del sonido 13. Inquieto le pregunté: «¿Qué significa el sonido 13?».
-«La música tiene doce sonidos» -nos explicó nuestra amiga Quichu Isáis- «y este personaje aflojándole las cuerdas al piano logró obtener otro sonido; pero no se le reconoció estratosféricamente, simplemente porque no es sino un indígena mexicano» -reprochó.
Y fue el día 2 de junio de este año en que del Congreso del Estado, sin decirle «agua va», le llamaron para informarle que había sido galardonada con la presea al Mérito Cultural «Néstor Agúndez Martínez» 2016, la cual se le entregó en un merecido reconocimiento en Sesión Solemne del poder legislativo del Estado, por sus aportaciones a la cultura musical que en el concepto de piano, sigue distinguiendo a Baja California Sur, cuyo origen parte de la tradición de los pueblos mineros San Antonio, El Triunfo y Santa Rosalía, y que gracias a la tenacidad, al carácter y a la perseverancia de sudcalifornianos como la maestra Quichu Isáis, se conserva y se siembra en cientos de niños y jóvenes -y no tan jóvenes- que abrazan al piano como instrumento de realización y compañía perenne.
Honor a quien honor merece. Varios son los reconocimientos institucionales recibidos en su trayectoria. Vaya este sincero y modesto reconocimiento, gratitud, admiración y respeto a la maestra Quichu Isáis, por su talento musical, su trabajo cultural y su amor a esta tierra. Que Dios la siga bendiciendo. (05-07-2016).
#Sus comentarios y sugerencias las recibo en mis correo: civitascalifornio@gmail.com; y valentincastro58@hotmail.com

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