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Los malecones ausentes: San José del Cabo y Cabo San Lucas

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Tengo la fortuna de conocer algunos malecones de México, por el Pacífico y del lado del Atlántico, entre ellos el del puerto de Veracruz, uno de los más emblemáticos, pero como «choyero sudcaliforniano», el de La Paz, no obstante los homicidios que no cesan de unos años para acá, en la ciudad y en sus cercanías, sigue siendo a mi gusto, el mejor monumento a la familiaridad, y desde luego a la paceñidad, sin demérito del malecón del puerto de Loreto, «Primera Capital de Las Californias» que por ese solo hecho representa indiscutiblemente un espacio para la recreación y para echar al vuelo la imaginación.
Como nos decía el apreciado maestro de matemáticas, Víctor Alejandro Meza Cosío, cuando nos aplicaba exámenes en la escuela secundaria: «Cada chango a su mecate». Por mi formación y mi gusto, casi todo tiendo a enfocarlo a la historia, a la política y al derecho, aunque estas tres disciplinas las conocemos más por la capacidad manipuladora y distorsionante que en lo general se hace de ellas, y menos por la cientificidad que debería propagarse para que su estudio y práctica contribuyan a humanizarnos, pues conforme pasan los años y se incrementa la experiencia, parece que vamos en retroceso. Pero ese es otro cuento.
Vuelvo a lo inicial. Como todos los asentamientos humanos los malecones también son portadores de nuestra historia y el de La Paz, la tiene; y la ausencia de ellos en Los Cabos, reconocido como el más dinámico de los municipios del Estado, y considero, hasta del país, también la tienen.
Puedo estar equivocado, porque lo que ahora escribo no es producto de investigación histórica, sino del enlazamiento de algunos datos y de mi imaginación.
Tan solo remitámonos a los años fundacionales de las misiones jesuitas de La Paz y San José del Cabo, ocurridas los años 1720 y 1730, respectivamente.
A partir de ahí se dieron los asentamientos colonizadores de estas regiones de la península; primero la construcción de la misión con materiales de la región; enseguida la casa cural y una especie de presidio para los soldados que custodiaban a los padres misioneros, y la adecuación de los sitios destinados para el cultivo agrícola y la cría de los animales para la incipiente ganadería. Adicionalmente se destinó un espacio de terreno para los panteones. Años después, básicamente después de la expulsión de los jesuitas ocurrida en 1767, aparece la primera separación de los asuntos religiosos y civiles en la península, toda vez que por la nueva administración local de la Corona Española y la entrada de una nueva compañía religiosa, se erigieron las sedes del gobierno virreinal, en el caso de La Paz, lo que se conocería más tarde como Casa de Gobierno, y en San José, lo que sería años después la delegación municipal y posteriormente el palacio, sede del ayuntamiento, con sus vaivenes por la inestabilidad política. En pocas palabras así se iniciaba la «urbanización», en términos muy generales, que prácticamente se ampliaría al siglo siguiente. En ambos lugares, en La Paz y San José del Cabo, la misión se estableció cerca de la costa, pero por causas distintas, se cambiaron a otro sitio un poco más alejado de esta zona costera.
Remover las respectivas misiones de su establecimiento original trajo consecuencias, por lo que aquí comentamos. En San José, porque dejó el espacio libre para que se apropiaran por distintos métodos de la zona de la costa, enfrente del ahora panteón de la «Misión Vieja», donde se encuentra un majestuoso corredor turístico que inicia en la desembocadura del Estero de San José, donde se instaló primeramente el hotel Presidente, y que se amplía pasando por Costa Azul, Acapulquito y La Palmilla, y desde ahí abarca prácticamente hasta la marina de Cabo San Lucas. En todo este tramo de más de treinta kilómetros de carretera transpeninsular, el paisaje costero se ha modificado a tal grado que despoblado hasta 1970, con la presencia de solo dos de los hoteles más antiguos, en la actualidad es prácticamente imposible ubicar playas con acceso al público, porque en los hechos este derecho es nugatorio por tanta cerca, hoteles, negocios y guardias privados, que apenas si permiten vislumbrar a lo lejos el mar abierto; insisto, salvo excepciones.
De San José se dice que el retiro de la «Misión Vieja» a su ubicación actual en el Centro Histórico, obedeció a la plaga de insectos que impedían la vida cotidiana a los misioneros, pero también está la hipótesis de que se movió de lugar una vez sofocada la rebelión indígena pericú en 1734.
Lo cierto es que el haber movido la ubicación originaria de la Misión de San José «Añuití», dejó libre el camino a quienes poseyeron la tierra primeramente en la franja de la costa y luego se hicieron propietarios de la misma, proceso que fue también determinante con la entrada de Fonatur y otras agencias gubernamentales para regularizar la tierra, desde luego con una visión empresarial que hizo de muchos políticos de aquellos abriles, terratenientes efímeros, que luego vendieron en cientos de millones de dólares, las tierras aledañas a las playas que ilusamente, por generaciones de cabeños, habíamos pensado que la costa, las playas y esos maravillosos paisajes, «eran nuestros». Y lo mismo pasó en el Estero de San José, que hasta hace unas seis o siete décadas atrás era la típica reproducción del Edén, también «perdido» por los tarascones perpetrados y las maniobras desde el gobierno, primero por la compra-venta indiscriminada a particulares, y luego por la contaminación severa que lo ha venido afectando inmisericordemente.
En La Paz, aunque con procesos y sucesos parecidos, el Malecón que corre desde la avenida General Manuel Márquez de León hasta el Terraplén de Palmira, gracias a la férrea voluntad de los paceños, que han resistido los embates de la autoridad, de dos o tres signos partidistas que se han alternado en el gobierno, se conserva como un espacio público, familiar y propicio para la difusión cultural. En San José del Cabo y Cabo San Lucas, lo que pudo haber sido un majestuoso malecón costero de más de treinta kilómetros, sucumbió ante la imprevisión, la casualidad y la buena fe de los josefinos y sanluqueños de antaño, desde los primeros pobladores hasta los de tan solo hace unas seis o siete décadas. Muy pocos -tal vez- de la gente de pueblo, la no adinerada, hubiera pensado que esos cientos de hectáreas costeras tendrían un valor dolarizado, inusitado, que en poco tiempo alcanzará la plusvalía de franjas costeras como la de Miami, y que por los siglos de los siglos no se modificará, a menos que sobrevenga la fuerza de la naturaleza convertida en tsunami -lo que desde luego no es deseable- y se regresen por este medio las cosas a su estado natural, porque parafraseando a un científico crítico que nos visitó en un foro universitario en La Paz hace unos cuatro años, pudiéramos decir: «Como especie humana creemos que le vamos a ganar al planeta; pero va a ser la Tierra la que nos va a destruir a nosotros, por lo que hemos hecho con la naturaleza al depredarla y contaminarla.»
Por lo pronto, y si no es por una desgracia natural, solo un milagro podrá regresar a los cabeños la posibilidad de que los «ciudadanos de a pie» o el común de los mortales, puedan (podamos) disfrutar de un malecón costero, que en San José y Cabo San Lucas, seguirán ausentes.
Mientras tanto, en La Paz, los ciudadanos deberemos mantenernos vigilantes para que nunca, con argucias o sin ellas, se privatice nuestra costa del Malecón; y que sea la sociedad civil la que empuje por proyectos de restauración ecológica y conservación para disfrute de todos, no nada más de los dueños del dinero; para que nuestro Malecón siga siendo sitio de encuentro público de las familias, la cultura y la tradición, de la paceñidad y de la sudcalifornidad. (02-08-2016).

#Sus comentarios y sugerencias las recibo en mis correo: civitascalifornio@gmail.com; y valentincastro58@hotmail.com

Placa alusiva al lugar original de la fundación de la Misión de San José del Cabo, en lo que ahora se conoce como «Misión Vieja».

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